SUPRAPOLÍTICA DEL NACIONALISMO COLOMBIANO
- VGD
- 8 ago 2019
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Colombia abanderó diferentes movimientos nacionalistas como la ANAPO de Gustavo Rojas Pinilla, el M-19 de Pizarro Leongómez, la UNIR de Jorge Eliécer Gaitán como los Leopardos liderados por Gilberto Alzate. Algunos de ellos coincidieron en que el común denominador era el Nacionalismo 'criollo' por la democracia o el Estado social y nacional. Sin embargo ninguno de estos movimientos logró realizar una teoría coherente como espíritu del auténtico nacionalismo colombiano. Por el contrario utilizaron el discurso nacionalista como una suerte de instrumento para integrar de manera ecléctica aunque harto ambigua las diferentes fuerzas políticas de la nación. En efecto el resultado lógico fue una amplia gama de “nacionalismos” unos importados otros más auténticos, que variaba entre el nacionalismo, el patriotismo y el patrioterismo. Es así que resulta imperativo descubrir y explicar -depurando en el proceso- la fenomenología del nacionalismo como paso inicial de una teoría sustantiva del nacionalismo bajo un paradigma renovado y mucho más amplio que supere la deformación ideológica operada por las diferentes teorías políticas de la modernidad.
Nacionalismo, Patriotismo y Patrioterismo. Más allá de la mera diferenciación semántica, esta terna terminológica que tan pronunciada ha sido en el léxico de nuestras arengas y reivindicaciones, alude a significados profundamente pasionales cuya gradación obedece a la escala de nobleza o pobreza en que nos apropiamos de lo que hemos dado en llamar lo nuestro, el nosotros colectivo encarnado en la nación colombiana. ¿Cuál es entonces la naturaleza de esta diferenciación conceptual?
En un pequeño artículo sobre el separatismo catalán titulado “Nación y Romanticismo”, Juan Manuel de Prada, literato tradicionalista español, establece de manera provocativa –pero no por ello menos instructiva- lo que a su parecer es la diferencia entre patriotismo y nacionalismo. Con su transgresora pero siempre elegante critica antimodernista, al puro estilo de Nicolás Gómez Dávila, Juan Manuel nos habla del nacionalismo como una producción puramente idealizada, hija del orgullo luciferino prometeico, humanista, antropocéntrico. Su base es la creencia en el volkgeist o espíritu del pueblo. En sus propias palabras: <<un principio subjetivo que se impone colectivamente a los hombres para unificarlos, a la vez que segrega a quienes se percibe como extraños. El volkgeist fomenta la igualdad del hormiguero, segrega lo extraño, excluye lo diferente, anhela la pureza que expulsa de su seno a quienes piensen distinto>>. La nación para De Prada es un mito, una idealización que proyecta las cualidades exaltadas de un colectivo social en el que se imaginan habitar. Por el contrario, el patriotismo es la cualidad del hombre para amar el terruño en el que ha nacido y vivido, las pequeñas cosas, las vivencias, la gente humilde, su existencia situada. <<santo tomas consideraba que el amor a la patria era una expresión de la piedad, que es la virtud de reverencia que se profesa a las cosas que consideramos especialmente valiosas, aunque sean pequeñas, feas, frágiles; pues amándolas (y corrigiéndolas) en su pequeñez, fealdad y fragilidad las mejoramos cada día>>.
Del patriotismo, no tenemos ninguna duda de la certera caracterización del autor, nos afiliamos totalmente a ella. Pero nos parece injusto el tratamiento que le ha dado al nacionalismo, casi una satanización, producto de su experiencia con el actual nacionalismo catalán separatista, así como de los nacionalismos europeos de siglo XX. Admiramos su crítica antimodernista y consideramos su contexto, pero rompemos con él en este caso.
Con nuestra típica voluntad de síntesis afirmamos como positivo el valor del mito en el sentido en que lo concibieron Maquiavelo, Nietzsche, Sorel o incluso Gramsci. Como la idealización de una voluntad colectiva que teniendo consciencia de sí misma y de su momento histórico ha decidido convertirse en sujeto de la revolución hacia un nuevo orden humano. Así como el príncipe Maquiavélico, el Superhombre Nietzscheano el sindicato revolucionario Soreliano o el dictador Schmittiano, asumimos el mito de la unidad nacional como destino en lo universal –según la doctrina Joseantoniana- como el arquetipo comunitario capaz de una transformación orgánica del présente (des)orden social.
Pero el mito simplemente no se agota en una forma idealizada, en un deber ser. Por el contrario, es al mismo tiempo conciencia plena del ser y del devenir histórico de la nación. Se alimenta de una experiencia Bicentenaria de un proyecto nacional fracasado por las divisiones regionales, políticas, económicas y culturales alimentadas por la violencia fratricida. Del colonialismo anglosajón y del neocolonialismo globalizante. De las luchas entre liberales y conservadores, de capitalistas y socialistas, de derechas e izquierdas, del estado y la ilegalidad narcoterrorista. De un proyecto económico que nos ha relegado pobreza, extrema desigualdad y atraso en todos los sentidos, dejándonos vulnerables con respecto a la competencia de las naciones. El nacionalismo es la plena consciencia de un devenir histórico que quiere cambiar por la fiereza de su voluntad, doscientos, quinientos años de sumisión, proyectándonos al victorioso horizonte de la autonomía, la libertad y la grandeza. La nación para nosotros, siempre y cuando se realice de manera unitaria y orgánica, es la organización comunitaria perfecta para la defensa soberana de nuestra cultura y bienestar. Para ello es necesario un volkgeist, un espíritu del pueblo colombiano, un mito a la vez tradicionalista y revolucionario que nos conforme en comunidad a partir de la auténtica consciencia de nuestra identidad histórica. Y con respecto al patriotismo, creemos que el nacionalismo no puede subsistir sin la base del amor y la solidaridad por los nuestros, más aún, del prójimo. Nacionalismo no debe ser nunca repudio por las diferentes identidades culturales, sino una voluntad heroica que se presente como un faro para los destinos humanos.
Para finalizar, queda una última caracterización: el patrioterismo. Lo consideramos como un lastre degenerado de las otras dos formas. Es el chauvinismo barato, la odiosa xenofobia, el apego falto de toda crítica, el conformismo. Consideramos al patrioterismo como un producto de la mass-media, una identidad ficticia e inorgánica articulada por la idolatría pueril hacia las “estrellas” de la farándula en una vanagloria que se “enorgullece” de los “logros” de individuos que han emigrado del país de forma temprana y que en nada se han preocupado por las problemáticas colombianas. Estos individuos solo preservan su nacionalidad por el nominalismo de su ciudadanía, pero no han vivido la experiencia total que significa ser colombiano. Es por esencia la mercantilización vacua de la identidad nacional, reemplazada en su contenido ético por valores económicos. Patrioterismo es enorgullecerse de las formas viciosas, deletéreas, pobres y poco constructivas de un verdadero estado de anomia social. En fin, es el conformismo del caos, la exaltación de lo nimio, y el desconocimiento de las formas de solidaridad superior que representan el nacionalismo revolucionario y el patriotismo que <<se nutre de afectivos ciertos, de amores palpables a nuestros ancestros, a los paisajes que nos vieron crecer, a las tradiciones que heredamos y reverdecemos, a los principios que compartimos>>. Una dupla que en primera instancia parece contradictoria, pero que como todo mito se proyecta a encarnarse en una síntesis de contrastes en la pura simbiosis armónica
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